jueves, 18 de julio de 2019

De esos amores con sabor a Espresso

I

Era una noche tranquila, de esas que aprecias por la compañía, el clima, la música y las cervezas bien frías, de las que no quieres que termine, y así, precisamente porque no quería que terminara, seguí mis andanzas esa noche, cambiando de estación, pero siempre en la misma frecuencia, llegué y el kairós lo puso frente a mis ojos.

II

No sé si es acertado afirmar que lo conocí, realmente no lo conocí en el amplio sentido de la palabra, sólo sé que me quedé anclada en su mirada y su sonrisa y luego no supe de mi. Era como estar en otra dimensión, ya no supe más del clima, ni de la compañía, de la música y demás, todo dejó de existir, el tiempo se congeló y el aire se tornó distinto, olía a él.

III

Como no supe de mi, ni él de sí, fuimos consumidos por una especie de fuego sideral, arrebatados dulcemente de la cordura, abandonados al vacío. A la mañana siguiente y ver nuevamente su rostro, me convencí de haber sido secuestrada por sentimientos que no conocía, pero agradecida al fin y al cabo por el secuestro, mi vocecita interior acusaba esos labios de hacerme perder todo vínculo con la realidad, y aunque fue tan intenso perder ese vínculo, debía recuperarlo, vestirme de realidad nuevamente y entrar a la dimensión conocida, deseando enérgicamente que al despertar él también tuviera urgencia de volver a verme. No fue así.

IV

Como su mismo nombre ya lo dice: un espresso se prepara al momento y se saborea enseguida, y como la perfecta combinación de ciencia y placer, fuerte, intenso, enérgico, amargo, pero no apto para todos los gustos, sólo para los que aprecian un buen café, un buen amor, un buen cigarrillo, un buen vino, un buen libro, así fue, un buen cuento corto que me dejó llena de suspiros y unos segundos de inigualable bienestar cósmico. Así fue mi espresso de media noche, un shot perfecto de amor.

miércoles, 27 de marzo de 2019

La larga y oscura noche del alma




Siempre creí que ser feliz era la meta, siempre creí que tener una profesión era la meta, siempre creí que enamorarme era la meta, sentir algo y ser correspondida, siempre creí que viajar y conocer paisajes, países y personas era la meta, siempre creí que ser madre era la meta, siempre creí que dar sin recibir nada a cambio era la meta, siempre creí que ser la mas bonita y tener mas seguidores era la meta. Siempre creí que ser la mas rápida y la mas fuerte era la meta.
 Lo que nunca creí, jamás, era que la meta era ser uno mismo, con toda y la oscuridad que llevo dentro, lo que nunca creí es que debía abrazarla, reconciliarme con ella, reconocerla e integrarla, lo que nunca creí es que yo era solo el cuenco donde se posaba ella, la oscuridad, letal, agresiva, mortal, amoral, salvaje, sedienta, dispuesta con las armas para quebrarme el alma y llevarla a lo más recóndito del ser, aislarme, torturarme, partirme en diminutos pedazos que llegara a pensar que jamás podría volverme a juntar para estar completa, lo que nunca creí es que ella era la fuerte y que yo vagaba en mi propio vacío, y que cada vez que miraba hacia afuera y buscaba hacia afuera, me jaloneaba más y más violenta, que entre más echaba culpas a los demás, más daño me hacía, lo que nunca creí, es que nací con ella y al ignorarla se volvió fuerte, cada vez mas fuerte y apretaba tan fuerte que estruja no solo el cuerpo, sino la mente y el alma, como un silicio de tortura que rasga la piel de forma despiadada.

Lo que no sabía, era que algún día debía conocerla y que no hay escapatoria. O estas con ella, o estas en contra.   Y cual dualidad insuperada y endemoniada, te hará añicos la vida, y si sigues empeñada en no reconocerla, la llamarás depresión y buscarás expertos para que te ayuden, pero ella solo crecerá cada día mas fuerte, se burlara de los expertos y terminaras odiándolos y odiándote, que al final de cuentas, ella prefiere eso a que te entregues a extraños, al final, odiarte a ti misma, solo es un rasgo de ser tu mismo.